France, mi compañera, la persona con la que decidí compartir el resto de mi vida, recibió el diagnóstico de Esclerosis Múltiple en enero del 2008.
Miedo, incertidumbre, impotencia, rabia, negación.
Yo crecí rodeada de personas enfermas de las que tuve que ocuparme. Recuerdos lejanos, heridas ya cerradas que reaparecieron en mi memoria. ¿Será mi karma, mi daimon, mi destino? La vida me vuelve a poner frente a la misma situación, quizás esta vez aprenderé a vivirla con amor.
A los pocos días, France me dijo que regresara a mi país, a mi casa, a mis orígenes, que no tenía porqué vivir esto con ella, que no tenía sentido, que yo había emigrado para disfrutar de la vida junto a ella y no para sufrir lo que esta terrible enfermedad podía llegar a significar. De ese momento de emoción, fragilidad y vulnerabilidad extremas nació mi verdadero compromiso. Si algún día no puedo más, espero tener la honestidad suficiente para aceptarlo y ser capaz de decírselo.
Al cabo de un par de meses, con la rutina diaria y el hecho de que France volviera al trabajo y a hacer vida normal, la negación volvió a apoderarse de mi. Sus síntomas (bruma mental, fatiga, acúfenos, hormigueos, entumecimiento, pérdida de memoria, pérdida de motricidad fina, miedo a una nueva crisis en cualquier momento...) no son evidentes a los ojos ajenos, así que lo más fácil, mi zona de confort, fue la negación.